Saturday, December 31, 2005

manifiesto; carta a un espíritu libre.

Héctor Rodríguez.



No sé realmente cuando sucedió… tuvo que haberse gestado un ímpetu más grande que cualquier exaltación cotidiana, una reflexión casi a medias que pudiera haber encendido el tipo de voluntad requerida para cambiar el estado de cosas alrededor de lo que en aquel entonces se promovía como un “presente de color esquizofrénico” . Mi vida podría asemejarse a la dinámica de retos semejantes al de la ruleta rusa (por su voraz incertidumbre), o incluso al de las mecánicas naturales de los juegos de azar (lo cual podría leerse como una obviedad dada la impredictibilidad de la vida misma); imaginar situaciones ideales y giros que indeterminaran los finales esperables era (y posiblemente lo siga siendo) el leitmotiv alrededor de mi finitud.

Mi personalidad no deja lugar a duda respecto de una especie de galantería psicótica que hace que todo a su alrededor, resulte objeto de atención; caso inminente de abordaje personal hacia la obtención de un resultado (no precisamente benéfico…). Héctor generalmente imagina, sueña en demasía; a veces divaga en especie, yerra en propiedades que el mismo califica como “perversiones sistemáticas de su libido”, en extractos de carroña cultural contemporánea… Sin embargo, no se siente ni una centésima motivado a catalogar dicho estado como un error o una equivocación, solo disfruta. Vivir en los límites del Olimpo genera cierta adicción, cierta predisposición a ser acribillado por lo facto, lo real, lo material; por las crudezas y agudezas de lo que aparentemente nos embarga en sustancia al respirar, al ver, sentir, escuchar… Mi ser personal no es más que “la” extravagancia de lo que en esencia mi impersonalidad ansía erradicar; mi exterior es multifacético, multi-genérico. Las múltiples fantasías del ensueño al que me entrego, no son más que constructos de situaciones que ansían autogenerarse a la par de impulsos electro-meníngeos.

No dibujo en los aires de la existencia una desgracia -mi desgracia- solo juego a suponer que el azar adolece de argumento, y verifico -una vez acabado el juego de las suposiciones- mi proclividad racional hacia las leyes de la física; ello trae como consecuencia un efecto cíclico: causalidad en bruto. Mis arrojos van dirigidos a complacer dicha explicación en toda su teoría, no obstante, al contemplar los efectos narcotizantes del axioma “causa-efecto”, disiento sobre sus imposiciones y transfiguro sus resultados hacia los ensueños de mi psiqué. Cualquier acción es aún más segura dentro de mi cabeza.

Actuar concatenadamente dentro de sí, es el clímax del control. Aquí nada puede salir mal.

Ensoñar conlleva una inversión de energía sobremanera radical (algunos escépticos incipientes la consideran un “gasto”), implica creación, invención… Es el entretenimiento de los ocios de un anhelante epicúreo de la gnosis. Explico y me promuevo a favor del hecho: sin la razón, el sueño no existe. Haciendo de lado un poco a la lógica, la acción de razonar se torna flexible y creativa. Algunos realizamos el acto per se; lo ensoñamos todo… lo cubrimos de inmaterialidad para poder reconfigurarlo a nuestra lid; deseamos la transformación del mundo sobre la palma de nuestras manos. Y como solemos transportar el mismo verbo hacia su última consecuencia, transformamos pues, con solo el acto de desearlo, y con ello, creamos mundos posibles, mundos diferentes, mundos impregnados de nociones trastocadas.

En algún momento del viaje, es posible que nos declaremos totalmente incompetentes hacia los menesteres del aquí y el ahora, hacia las imprudencias táctiles, hacia los grotescos sensoriales y las pulsiones terrenales; es precisamente ahí cuando comenzamos a vomitar todo aquello que huele a hostigamiento, a impacto; aquello que grita materialidad… y como las moscas, esos seres multi-oculares, volvemos a tragar nuestro propio rechazo, ya que de otra manera no tendríamos motivo para escapar, soñando. Al soñar experimentamos realidad… no hay motivo alguno para creer o considerar lo contrario, aún así exista la etiqueta que posiciona a dicho acto como puramente onírico, como una desconexión… aún así, se vive.

Discierno sobre las causas que me dan la exactitud de la vida y sobre las que me otorgan el sinsabor de esa misma exactitud, apuesto por ser la antítesis de las practicas normales, estables, serenas, pacientes…

Suelo demostrarme una estabilidad más intempestiva, una de las más majaderas. Soy altivo, orgulloso, casi seguro de mi mismo… un ególatra inconscientemente orgulloso de su individualismo ético; un presuntuoso utilitario… ello me hace ser un soñador de marca, un abstraído incompartido con grandes dificultades para entregarse a la variabilidad del cambio.

Siento de verdad, que lo que más caracteriza a Héctor es su naturalidad hedonista y su entrega a las pulsiones de la duda. Obsequio gran parte de mi vida a las búsquedas pausadas, a la cacería de entendimientos múltiples que acrecienten mi comprensión hacia la unidad misma que es compuesta de totalidades inacabadas. Mi egocentrismo es el resultado de una serie de procesos en los que supe descubrir un desequilibrio entre mi capacidad de empatía y mi necesidad de esta misma. Mi personalidad esquizoide sufre crisis de humanización de las que obtiene una sensación de bienestar gratificante; plácidas satisfacciones de corta y mediana duración que se olvidan con el tiempo.

¿Soy pues, un fenómeno?

Vivir es maravilloso. Las personas que experimentamos los estados de la realidad nos damos cuenta de la vida demasiado tarde, a excepción de algunos honrosos casos de hipersensibilización. Partiendo de lo anterior, afirmo que tres cuartas partes de nuestro tiempo útil en la vida las dedicamos a padecer como víctimas, y a sojuzgar como victimarios.

Me considero una persona posiblemente difícil de comprender y tratar en ocasiones… no más. Con una corta biografía, he podido darme cuenta de que en realidad conozco una nada de mi impersonalidad a la cual debo algunos retazos de espiritualidad y congruencia. Mis posibilidades de exprimir y sacarle el jugo a las condescendencias de la realidad, han sido ya algunas; en la inmediatez es que he desaparecido y a lo largo del tiempo es que me será posible la muerte por completo, y no en pedazos como me ha sucedido. Le escribo esto a Héctor, al espíritu libre e indefinible de su persona y a sus nimias preocupaciones pseudo-burguesas… a quién otro sino a el…

Promontorio que alza sus ideas a lo inconcebible, al exacerbe, a la locura del genio enfermo de perfección; al que muta con todo lo que muta, sin entender siquiera la misma palabra que lo corroe. Sin entender la operación del entendimiento, sin comprender el hecho de la comprensión, sin conocer lo que le ha sido dado a conocer, sin siquiera imaginar lo insondable del misterio de la imaginación. Ese humano que violenta con palabras y actitudes de actor y que le abruma su misma persona, sin considerarse el mismo, un mártir.

Me quedo con la poesía de la verdad que ausculta a mi incompetencia en el plano de la humildad… dado que el orgullo y el rencor son formas tanto simbólicas como operativas de violencia, concluyo manifestándome como un creyente, un feligrés de dichas formas, que quiere y necesita de nuevas vidas, pero que no ha encontrado el método correcto hacia su encuentro…

Posiblemente Héctor: un inexacto que está estresado de serlo.

“Puedes gritar, gritar,
Sin oír tu voz…
Sin voz, tu voz…
Y la misma fe.”

1 comment:

funkdefino said...

que horror con este texto, no mames, pinche vergüenza... y hasta me enorgullecía firmándolos, jajaja... ahhh las mamadas... sí, te lo digo a ti, hector.