Thursday, November 23, 2006

El fluir.

Héctor Rodríguez.


Escuchar a La Barranca va más allá del simple esparcimiento auditivo. Es una medida necesaria, un rito, un fin absoluto que promueve el objeto de la sensibilidad; un canal alterno, el vehículo hacia una realidad perturbadora saturada de metáforas fluorescentes. Frecuencias provenidas de máscaras autóctonas, boleros sui géneris, respiraciones arqueológicas; medidas inacabadas aderezadas con nostalgia radical; nostalgia con ventosas adheridas al espejo del pasado que no abdica, que recurre a la memoria sin final; al momento eternizado, al continuo pormenorizado en mosaicos fragmentados de historia que grita, que explota en paroxismos multicolor, que incita a revoluciones conceptuales, que vomita música perfecta, equilibrada, sensible a apreciaciones sensibles; inoculada con el virus de la conciencia que fluye, que prosigue, que evade el obstáculo del presente, que serpentea por veredas agrestes, que ignora infamias, que cuestiona todo status quo; que parpadea con el arte de existir: que ante todo es… antes de existir… amén por ello, amén por esa música de precipicio.

Aguilera. Aguilera recurrente de imágenes precolombinas. Aguilera en conjunto con lo que siempre debió ser… con la utopía sonora en portones de deseo, con sueños de cabaret; con dejavu’s de pulque y putas que todavía confían en el arte de las fichas; con inminente fe en la pureza y el desgarrador sentimiento de aquellos que se lamentan a la par de unos whiskys ensangrentados de sufrimiento. Esos melancólicos entes que deambulan por senderos de música diabólica, y que en el menor movimiento gritan frases incendiarias de dolor, de volátil placer ilusorio, de imágenes paranoideas volcadas en una psiqué de mierda. Ellos, todos, honrados por abigarrados pasajes tonales que se fermentan al unísono; honrados por líricas incansables que obnubilan la razón, la lucidez; festejados por articulados conceptos que reclaman ciertas historias de sencillez inmediata: todo ello es la barranca…

Nutrida de las sombras que van dejando los demonios de la noche más extrema; abordada por la virtuosidad del genio incomprendido; acariciada por las luces de la tarde más apacible… la barranca invoca dos monedas de oro que se hunden en los ojos del espectador incrédulo: del escucha que poco asiente ante los sonidos de la ciudad que lo abruma metalmecánicamente. Instalada en el reclamo artístico que trasciende el discurso del cotidiano y fatuo ego; ahogada en el fenómeno que inhibe el pensamiento complejo ante valores de plástico, donde vale más la imperfección sin gracia que la gracia de la imperfección, la barranca sobrevive. Sorteando caminos de niebla que poco auguran; que ominosos predicen la caída de todos los lugares comunes; de todas las obviedades simbólico-culturales… caminos terminales que desvanecen todo ruido exterior…

No se si fuiste sueño tu, o sueño fuiste todo el tiempo. Hasta el fin del mundo. “Igual que un cáncer que es mortal, el mar se esconde donde no imaginas”… En playas desiertas bebo poesía que me es ajena, que invoca palabras de arena, de gránulos sombríos que inmensos catadores persiguen cual azúcar de elixires etílicos. Paro en una esquina, abrumado por la belleza de la realidad… viene luego la promiscuidad del amor, cual miscelánea morbosa, que todo lo arrasa al compás de socavadas pasiones sin retorno que desgarran las lógicas del concurso habitual. Acurrucado en tu vientre bajo el tibio sol… en este líquido amniótico no hay temor… Salvando las costumbres de numerosos mártires uniformados que salvaguardan honras invisibles, inservibles; que protegen alientos extemporáneos y ráfagas invernales… Las barranca es ausencia, es vacío que se mueve con la ausencia. Un corazón ensombrecido; una identidad que se sacrifica por el tejido que la música entreteje en la red infinita de notas perdidas en alcohol. Es así. Así es.