Friday, October 17, 2014

Detritus patriota

Me caga el sentimiento de amor a la patria.  Y no es por mi tendencia a defenestrarlo todo, como si tuviera que deshacerme de ello.  Después de tanto ser testigo del vernáculo fundamentalismo al que se entregan los orgullosos oriundos de cualquier geografía, no puedo mas que sentir un profundo rechazo por las filias terruñeras.  Los conceptos de patria y estado-nación no sirven para ni puta madre. Los símbolos que representan a cualquier estado, a cualquier nación, a cualquier patria, son mero grafitti. No creo en las pinches banderas ni en los himnos nacionales ni en el chovinismo light, patriotero, aprehendido en libro de texto e inyectado en nuestra psiqué por una educación que forma para la competencia individual y la perpetuación de las condiciones del sistema en el que apostamos la vida.

Competitividad y productividad son el slogan. Hay que aplastar al otro, ser mejor que él, crear necesidades y saciarlas a través de productos tangibles e intangibles; hay que escalar, innovar, deslumbrar, apantallar.  El consumo no puede existir sin la hipnosis que es la producción de las condiciones por las que la perrada creemos que nos es vital eso que nos anuncian.  Hay que suministrarle a la sociedad lo que bien aprendió a solicitar a través de años de exposición a las "bondades del progreso". Y este se inventó (no podemos mas que terminar aceptándolo) con un solo objetivo: convertir al individuo de hombre a superhombre.  El progreso como consigna de un sistema que debió arreglárselas para sofisticar el trabajo y convertirlo en industria y en el centro de la vida humana.

Para ello debieron desarrollarse asignaturas especificas que pudieran preparar a los futuros herederos del progreso. Por eso el modelo de educación tradicional no sirve, porque "profesionaliza" existencias que deben servir al mantenimiento de las inercias de la estructura económica y sus cadenas de consumo, enclaustrando la creatividad y poniéndola al servicio de la generación de conocimiento específico. El conocimiento es accesorio cuando se utiliza como objeto en vez de como herramienta del pensamiento. Conocer no es lo mismo que darse cuenta; el primero es un fenómeno empírico, intelectual, y el segundo requiere de un ejercicio de reflexión complejo; es en la institución educativa donde el acto primario de la cognición tiende a podrirse y descomponerse en información utilitaria, coartando así el proceso de pensamiento.

La reflexión y el análisis como ejercicios han quedado supeditados a los marcos que delimitan el deber ser y status quo del propio sistema. La educación básica y superior están diseñadas para el adoctrinamiento consensuado, y es debido a ello que desde temprana edad asimilamos impositivamente conceptos como el de "patria" y "soberanía", aprendiendo paralelamente a venerar sus símbolos, próceres, y en general, la historia oficial de lo que uno como ciudadano debe defender y considerar propio. En ese "deber" es donde se esconden sentimientos de sutil segregación por lo foráneo y exaltación por lo nuestro, teniendo como base el pasado, nuestra historia y los "héroes" que nos dieron "tierra y libertad". No debería sorprendernos saber que el nacionalismo y el orgullo por la patria están anclados a un principio de separación/identificación que tiende a legitimar la diferenciación racial y cultural como algo normal y necesario; la muestra más básica, amplia, cavernícola e ilustrativa de esto son las fronteras: la geopolítica.

La delimitación territorial de las naciones representa el ethos bajo el que se forjó el actual sistema en el que vivimos, el cual promueve, estimula e incita a la fragmentación, el consumo, la competencia, el desempeño/rendimiento, y el trabajo como medida de todas las cosas. Así, llegamos a un presente en el que la reacción autómata cuando se trata de cualquier patriota, es desgarrarse las vestiduras por su país. Y no: no es lo mío, ni por poco.