Friday, December 23, 2005

ulterioridad in vitro.



Héctor Rodríguez.


Inmediatez.

Navegando, atascados en un segundero insatisfecho de mecánica… apreciando las minúsculas transformaciones sucedidas en las limitadas zonas de amortiguamiento existencial que nos creamos. Metamorfosis sutiles, cargadas de instantaneidad terminal, dando pie a transiciones in vitro acontecidas dentro de carátulas rayadas. Me entrego a las interrupciones, apenas logrando denotar una patética sonrisa ante la exacta histeria de cada segundo sucesor de instantes… observando como mi biología se mofa de la teatralidad humana en la que levito; sobre rieles fijos… hospedado en un receptáculo con promesas de caducidad… designado a inmensos circos que operan como esferas sintéticas que agraciadamente sirven de hábitat ad hoc.

La punzante vigilia comienza a reducirme. Inicia alterando el flujo sináptico, embruteciendo en lapsos mis intentos de coherencia. Obtengo de unas palmas carcomidas, el festejo impostergable a las recetas construidas por el imperio augusto; de ejércitos morales, legislando a priori con tinta obtenida de frescas vísceras goteantes. Preveo en ésta vigilia, pistas múltiples… circos infinitos, atestados de gradas impacientes por la llegada de la audiencia paralítica, involuntaria; esa que ha optado por observar sin participar, programada para mover la cabeza y emitir gemidos sordos destinados al vomito ecuánime del honorable ministerio.

Anticipo incontables pistas dispuestas en modo de natural psicodelia, cubriendo el requisito del calidoscopio. Se anticipa la síntesis: carpa en fondo negro, destinada al silencio… entra a escena el payaso, único en su tipo: participante integral, desafiante de las leyes de la física en todo el perímetro. El bufón: ser festivo de la ignominia a la que se ha hecho acreedora el público espectador; oportunista flemático de las fórmulas y prejuicios del maestro de ceremonias y reinventor de realidades violentas por excelencia. Es en el payaso donde la celeridad se congela y el instante transfigura hacia nuevas dimensionalidades, descartando el futuro adoctrinado.

Una vez más, regurgito en mi desvelo al percatar su continuación a través de mi sistema linfático. Vasos, ganglios y tejidos invadidos por una nueva forma de ominosa inmediatez que desarma en espasmos mi bioquímica, mientras decido si optar por lo que es, por lo que fue, o por lo que inciertamente dictarán las intermitencias del péndulo cardiaco.


Posterioridad.

Me repongo en pausas y elijo la transfiguración. De inmediato me queda claro que en el espectáculo, solo el ímpetu del payaso logra trascender la etiqueta eternizante de los diagnósticos totalitarios del magno parlamento representado por la figura augusta. He ahí al excéntrico personaje anexo que da nombre a una noción mucho más honesta y autentica del porvenir. Lejana a éste, la audiencia persiste mirona de la puesta en escena, chapoteando concupiscente en lagos de brea fétida que sirve las veces de alimento y vasija receptora de vísceras y menudencias.

Escenario extraordinario, que festeja la inmundicia, imbecilidad y ridícula vulnerabilidad de las individualidades que conforman el desperdicio colectivo que coexiste lastimeramente -cual parásito displicente- sobre la pista circense… la audiencia… mirando ignorante y convulsionándose en sus propias excretas.

Tras la delgada película de plástico, concibo la fractura del presente en retazos que superan las categorías del tiempo, convirtiendo el lugar común del sketch circense a la irreligiosidad. El payaso se une a ésta inequívoca causa, con promesas que apuntan hacia una suerte de oscurantismo, de ilegalidad blasfema que ofrece trastocar el razonamiento augusto hasta su discapacitación, hasta su mutilación progresiva e inacabable. La figura pánica opera con atino y riesgo de inquisición este hecho de esplendor burlesco y rabioso.

Cabeceo… narcotizado por la dictadura de las manecillas, me incorporo para regresar de un trance por demás estéril, donde no ha existido desperdicio intelectual para los planteamientos y aproximaciones realizadas, pero si para su eventual colectivización. Pulso fracciones repetitivas, reiterativas, de sucesiones, de encadenamientos exasperantes… exploto en neurosis para de inmediato proceder a inyectarme vía intracraneal una serie de ritos idiotas y febriles que juran dejarme obseso, obnubilado, perplejo ante sus fórmulas ilustres, erigidas inconmensurables hacia la nada.

Inhalo…


…Retengo…


…Entrego la dirección de mi sistema a los procesos inconscientes, convirtiendo las miserias sobrantes de lucidez, en letargo. Hiberno, produciendo eventualmente un hermoso desliz de estupidez que discurre hacia breves charcos de baba hilarante. Enajenado absoluto de los objetos sensibles, con rictus de pupilas dilatadas y oscilantes, me obsequio a los espesos edificios consignados a la norma erradicadora de la fe, deleitándome en ley, convención, moral, frugalidad, estatismo.


Exhalo…


…Tras el congelamiento sistemático, deviene en porciones una segunda etapa de razón. Despierto solo para advertir la contradicción del acto respiratorio, que deriva en automático a la par del ritmo cardiaco, detentando el doble objetivo de mantenerme contemporáneo a todas luces, mientras me condena deliberadamente hacia la oxidación, cual padecimiento degenerativo ineludible.


Inevitabilidad

En ahogos elijo hundir los finales anacrónicos, orinando en paroxismos las ofrendas bastardas que subsiguen al presente corrosivo. Solo placer exquisito: millones de escalofríos de extemporánea fruición vertidos a chorros sobre las enciclopedias bíblicas, atestadas de inservible canon. He aquí el escenario perfecto para el pánico clon trasgresor de temporalidades, revolucionario de épocas sin fin, buscando el espacio adecuado dentro del orden de un caos estructurado.

Telones rasgados de fatalidad caen sobre la palestra corroída, impactando los rostros disecados de la audiencia indiferente, hasta su desfiguración. Millares de semblantes ultimados a la sazón de alegres melodías que celebran la erradicación de la torpeza, del despropósito humano; de la anomía y parálisis; de la fatuidad orgullosa; en fin… de la mierda moderna en la que el espectador promedio chapotea, obedeciendo, asintiendo, desvalorizando, indiferenciando, ignorando por costumbre.


¡Que gusto! ¡Que imagen justa! Que merecido.


Eludiendo las formalidades mortuorias para con los restos amputados de la audiencia espectadora, el payaso decide terminar el trabajo, neurotizando al tótem augusto hasta la locura. Ya sin normas, sin reglas, sin ley, sin esquemas, la conciencia augusta advierte el fallo en su estructura, entregándose al cronómetro inexpugnable del futuro.


Una vez más, el futuro.

Con las vértebras colapsadas, los globos oculares hundidos y un color palidecido -casi transparente-, yazgo jorobado, venerando el resplandor del monitor y escuchando las gotas caer de mi frente… minúsculas gotas de fermentado sudor depositadas en las ranuras del teclado. Uno de mis tantos músculos se contrae por reflejo, produciendo un entrecejo fruncido acompañado del suspiro que habrá de reunir mi esqueleto en una sola pieza, hacia la verticalidad lumbar.

Doy cuenta en mi accidentada vigilia, de la promesa, del destino, de la cita, de la incertidumbre a secas, del reto a la creatividad que implica el compromiso de la vida ulterior. Es la tarea del porvenir en manos del rigor pánico en cada uno de nosotros. Es la agenda del futuro emancipada por la alteridad del payaso; por la inevitabilidad de lo otro existente, de lo oculto y verdadero; por el ímpetu alquímico del bufón que somos por dentro… es el requerimiento del futuro, previsto por la ligereza de un presente desechable, paranoico, esquizoide, el que se deposita en mi consciencia.

Frente a mis ojos: la verdad del porvenir. La libertad de los inmensos circos que han operado bajo el control ejercido por manadas de oligofrénicos en celo. Erizo el pellejo e impulso el cuerpo hacia atrás… litros de sustancia comienzan a hervir en mis sistemas… líquidos corporales vaporizándose hacia mi disecación. Comienza el dolor vociferante, fluorescente, hostigante, agudo, insoportable… erijo el cuerpo para correr y azotarlo contra la pared cuantas veces sea necesario. Corto circuito. Mis tímpanos revientan en acartonados ecos, ahogando la fidelidad del tiempo, terminando por percibir frecuencias opacas, sordas. Un cuadro maravilloso… hematomas por doquier, bautizados por gritos melancólicos que ofrendan sangre a pinceladas.

Lo inevitable es mi final. Lo inevitable en mi final es el cambio. Lo forzosamente eludible: la permanencia. Lo idealizable: la permanente impermanecia. La condición sine qua non para mi futuro: renacer en lo otro, en lo nuevo, en lo impensable, en lo absurdo e inaceptable, en lo oculto, lo obvio, lo desdeñable, lo ignorado…


Me mimetizo con la nada solo para renacer en el payaso y fornicar sobre las rutas trazadas, sobre las verdades absolutas.


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