Tuesday, January 03, 2006

drosso, la última utopía.

Héctor Rodríguez.



Acribillado por el technicolor y las necedades omnipresentes del marketing, drosso levita encorvado, obsequiando en ecos anacrónicos su rudimentaria impronta. No respira, no aspira, no se propone el compromiso de la sensibilidad… solo dibuja mundos posibles con la imaginación vertida entre líneas difusas, borrosas al iris vulgar e inmediato. Es dos, es la unidad; es uno y desarrolla un espíritu de colectividad que surge de la inminencia que otorga la relatividad del tiempo. Drosso es la fábula por excelencia, pero no sugiere moraleja alguna… se presta a las enunciaciones, a los absurdos de sentido, al mensaje honesto, a la lucidez, a la fusión, a la congruencia, a la contradicción. Se erige hacia lo inalcanzable de los lamentos, la melancolía, la visceralidad, el juego. No escatima en el detalle y obvia los modelos prefabricados y las fórmulas exasperantes de hologramas, de personajes, de caretas y facetas. Intuye realidad, cotidianidad y responsabilidad para con la expresividad de los lenguajes del arte que es vivir.

Drosso es automático, espontáneo. Enraíza su capital creativo en la flexibilidad de una dulce imperfección; en el ensayo y error; en la física de las posibilidades sonoras; en los desmanes etílicos de impostergables ocios; en las influencias del cine, los comics, las notas periodísticas, los videojuegos, el diseño y la filosofía; en la universalidad del rock, el electro, el indie, el punk y la tecnología de lo imposible. Reserva espacios para la anécdota, para la crítica, para el diálogo, para los planteamientos fílmicos, para la reproducción de parábolas, para la reflexión, para lo más sencillo y lo extremadamente rebuscado, para todo lo que vibre en camas de notas sordas solo escuchables por el oído inanimado.

Drosso es el insecto, el raro, el subestimado, el inadaptado, el parásito indiferente que subsiste de sueños, sin falsas pretensiones ni parafernalia. Adhiere sus seis patas al cristal de una nueva República que cierto melómano bautizara como “de las canciones”, quedando a la deriva en un mundo paralelo que pulsa solo música, e irriga piezas sonoras que son minoría en este mundo.

Valora las capacidades individuales, pero define las subjetividades de lo contemporáneo como el defecto de un observador sin identidad, de un autómata de la cultura. En el escenario luminar no hay cabida para las texturas ásperas de los sobrios monólogos de la mosca. Prefiere oscilar en las cavidades de un presente que ofrece cultos insensatos a la moda, a la masificación, a la repetición. Sobrevuela perenne a la consciencia y al deber que como bicho ostenta, creando la banda sonora de lo inimaginable, de lo considerado en la modernidad como un reducto de músicos sensibleros… lo sabe, pero no le importa ya que se encuentra instalado en la quimera de lo verdaderamente esencial. Es la opción que comparte las ideas independientes sin vivir a cuenta del espejo oblicuo de las ventas, de la popularidad, de la ilusión, del supermercado de fantasías infinitas que los tránsfugas del metate se encargan de construir a través de alabanzas irracionales.

Drosso procura eliminar la actuación para proceder a la acción, y distingue los verdores de la sustancia que conlleva el oficio del músico desterrado. Un ser multiocular, multifacético, multicrítico, multisensorial, que busca el elixir de los frutos de la imaginación.

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