Tuesday, January 29, 2008

Hated: Six ways to reach pain.

Héctor Rodríguez.



No importa tanto, a efectos de este post, comunicar quien chingados es Hated. Lo aclaro por la sencilla razón de que este blog no tiene objetivos mas allá del almacenamiento de mis textos. Hacer un un intro que sitúe a los dos despistados lectores que se topan con éste búnker pues, está de más. Lo que sigue es una breve reseña que hice del primer Ep de Hated, denominado "six ways to reach pain".
Y sí; este preámbulo es autorreferencial.

En esta ocasión la recomendación de la semana vira rumbo a escenarios locales para revisar el nuevo material discográfico de una de las bandas colimenses más comprometidas con la apertura y consolidación de nuevos espacios dentro del género del metal a nivel local. Hablamos de “Six ways to reach pain”, de la banda “Hated”.

Es preciso decir que “Six ways to reach pain” funciona mas como una muestra sonora de lo que Hated es capaz de hacer en términos de composición y ejecución musicales, que como un producto discográfico totalmente terminado y comercializable que muestre el verdadero espíritu e intensidad de su propuesta; esto en gran parte debido al formato de “extended play” con el que sus integrantes han decidido imprimir esta primera entrega.

Si bien este hecho no se contrapone en lo absoluto a la intención esencial de capturar en un medio reproducible parte del capital musical de la banda para su difusión y promoción, si puede llegar a dejar con ganas a mas de un escucha acostumbrado a las presentaciones en vivo de esta agrupación. Aun lo anterior, “Six ways to reach pain” puede considerarse un material a priori que sale ganando gracias a la creatividad y perspicacia técnica con la que cada uno de sus cortes han sido manufacturados.

El disco comienza con “Verónica”, un potente impulso centrado en la mas pura idea del metal oscilante sobre estilos trasheros que no cesan ni un instante de pulsar sobre progresiones que lo transportan a uno a escenarios que recopilan en segundos una brutalidad perfectamente armónica. La guturalidad de este primer corte -que hace las veces de un excelente comienzo- se torna aun más evidente en su transición hacia el segundo track, denominado “Origin of the end”, donde la exasperación vocal en conjunto con el “riffeo” de las guitarras nos da una clara idea del amoldamiento musical que esta banda procura, a través de las influencias personales de sus integrantes.

Existen claros visos de sofisticación y asimilación de corrientes metaleras en este Ep, que van desde el new metal, trash, hardcore y power hasta el progresivo. Emotive nosebleed” se antoja como un grito displicente y cargado de vuelcos ominosos, con un excelente final al mas puro estilo “headbanger”, mientras que “the disease”, el cuarto corte, lo catalogo como el mejor del disco, con un comienzo que retoma lo mejor del “hardcore metal”, mutando posteriormente hacia terrenos de constante coherencia armónica donde la esquizofrenia entre cambios de ritmo e intensidades se proclama eminente, al combinarse con un “crescendo” lírico y vocal que enchina el cuero e irriga adrenalina sin censura alguna.

“Nothing left” track 5 del disco, propone una especie de “lado b” de la banda, al probarse dentro de terrenos acústicos donde gana mas la estética orgánica de la composición, que la distorsión en si misma. Finalmente, “For you”, ultimo corte del disco, se arroja sobre inmensas camas de distorsión y progresiones casi epilépticas instaladas en el mas puro estilo trashmetalero, recordándonos a bandas como sepultura o pantera; con las vísceras hinchadas y la testosterona en decibeles a su máxima capacidad.

Cabe destacar que “Six ways to reach pain” fue grabado y producido en la ciudad de Colima, con tecnología digital estrictamente casera. Este extended play es sin duda un excelente comienzo para Hated, banda orgullosamente colimense de la que esperamos escuchar aun mas en un futuro cercano

Saturday, January 05, 2008

La infancia que sigue.

Héctor Rodríguez.


A Fernanda y Ceci, por volar como lo hacen.


Alguna vez, cuando niño, me contaron sobre las consecuencias de tronar (entiéndase morder) el caramelo de los dulces con los dientes. Los adultos a veces no entienden que la sola acción de chupar pasa a segundo plano cuando tienes la edad suficiente como para presumir tus dientes de leche y post-leche. Tener dientes es un éxtasis. Chupar me vino bien… lo hice con los pechos de mi madre, chupones, biberones, pulgares y uno que otro objeto incluso peligroso para mi integridad infantil. Eso quedo en el pasado. El día en que me di cuenta que morder provocaba un placer superior al de chupar (aunque en la edad adulta esto pueda cambiar necesariamente) logré entender el objetivo existencial de los dulces. Así entonces, cuando me contaron sobre las consecuencias de tronar (entiéndase morder) el caramelo de esos irremediables azucares que tanto comí durante mi infancia, no me importó del todo. Cuando eres niño y te dan consejos como esos, dejas de entender a propósito. Observas un poco a esa persona que cree que lo sabe todo y ves como mueve la boca emitiendo palabras que la verdad te valen un reverendo cacahuate. Lo único que quiere uno es ser niño; hacer lo que hacen los niños, punto. Recuerdo que el azúcar me causaba un extraño desliz de excitación. Era de esos púberes semi-desobedientes que al terminar sus desordenadas comidas bajo la extrema vigilancia de su madre, salía disparado de la cocina en busca de algunas monedas sueltas que pudiera encontrarse en los cajones donde esa señora guardaba ropa o joyería. Consumado el acto, corría apresurado a la tienda a comprar golosinas. Gansitos, papitas, chocoroles, ruffles, lo que fuera que pudiera servir de postre. Vaya concepto de postre puede tener un mocoso adicto a la sacarosa. El imperio de un infante esta regido inevitablemente por esos pequeños detalles en los que importan más los sabores, los colores, las texturas y los olores, que cualquier otro elemento ajeno que trate obligadamente de llamar su atención a esa edad. Uno de los recuerdos más gloriosos del que tengo memoria fue el descubrimiento de ese increíble postre que cambió mi percepción de los sabores para siempre: el helado. Aunque a decir verdad, la diferencia entre helado y nieve a esas alturas del partido nunca la entendí, y ciertamente nunca me importó preguntarla. En esta cuestión de entender la mecánica para ingerir nuevos alimentos a veces surgía un problema, el de la correcta forma de hacerlo. Morder helados y nieves no resultaba del todo placentero. En dicha tarea, la función de esos dientitos de leche, incipientes, chuecos y frágiles era opacada por un músculo al que no le tomaríamos la debida importancia hasta la adolescencia. Ufff, bendita lengua. Recuerdo que acto seguido a entregársenos el helado/nieve en cualesquiera de sus presentaciones (yo prefería vasito ya que el barquillo a veces lo hacían de la peor galleta posible, aparte de que después de unos minutos empezaba el espectáculo del atascadero realizado por un servidor, lo cual mi madre reprobaba) la lengua entraba en acción. Uno tenia que descubrir la función vital de este pequeño músculo progresivamente, ya que por acto reflejo lo que hacíamos era tratar de morder esas deliciosas bolas de exquisitos sabores. Ouch! Daba uno la primera dentellada y sufría. Frío extremo entraba al nervio dental para después expandirse por la encía y finalmente causar ese dolorsillo que lo hacía a uno cuestionar el supuesto placer de comer semejante manjar. Y entonces, lengua y labios. Siempre habían estado ahí, los habíamos utilizado para innumerables cosas en particular pero nunca les habíamos puesto la debida atención. Fue esa vez, cuando niño, que hundí mi lengua y labios para recibir mis primeros escalofríos al chupar/lamer una rica nieve de chocolate. Fue esa vez también que entendí que cuando creciera seguramente observaría a otros niños comer helado y recordaría esa primera ocasión cuando yo lo hice. Fue en ese momento, cuando niño, que comprendí que en mi adultez observaría a otros niños ser niños y trataría de recordar mi infancia. Fue en ese tiempo, desde luego, que comí, grité, jugué, lloré, reí, retocé y corrí como solo un niño puede hacerlo. Y entonces, fue desde esa exacta vez cuando decidí que nunca crecería. Fue en ese preciso instante que me propuse seguir siendo niño hasta mi muerte. Es ahora, cuando adulto, que río, como, grito, canto, bailo, juego y amo. Es ahora, cuando adulto, que soy niño.