Thursday, December 22, 2005

inoculando lo sublime, magnificando la virtualidad.

Héctor Rodríguez


Al observar el monitor, me doy cuenta de la inevitabilidad de lo táctil, de la omnipresencia material a mi alrededor. Esto se expande de forma intimidante, tanto más cuanto que es ahora imposible pensarnos y sentirnos como humanidad sin antes recurrir a las estrategias de la ilusión, producto de nuestra propia autoría. Dentro de este marco es que hemos sido capaces de realizar las hazañas de conocimiento más gratificantes, reinventando nuestros modos de vida e innovando hacia la simplificación de los esfuerzos en todo sentido referido al trabajo; sin embargo, esta empresa ha sido igualada en potencia por la generación de nuevos vacíos de conocimiento, nuevas ignorancias imprevistas que han causado un descontrol en los equilibrios a los que aspiraría todo nuevo y perfecto descubrimiento.

La operacionalidad tecnológica se ha disparado enormemente y ha logrado infiltrarse hasta en las actividades más inocuas del quehacer individual, desencadenando con ello nuevas formas de adaptación que en esencia han virtualizado los procedimientos más básicos en lo que respecta a la actividad cognitiva humana. Con virtualización no solo refiero a la producción de ciertos efectos en oposición predominante a lo facto o real, sino también a la dualidad sustentada entre la carga práctica y teórica que define al término y a los procesos de la realidad, así como a la preponderancia de la ilusión; lo aparentemente real Vs. lo esencialmente real.

Partimos de semejante esbozo teórico porque creo yo, estamos ante una crisis de reconocimiento de los eventos configuradores de la realidad, dicho esto muy por sobre la tarea de las ciencias de la investigación científica formalizada (por demás ceñida a sus propias formulas reduccionistas, limitando todo espectro, toda interdisciplinariedad). Dejando de lado la axiomatización cientificista de la realidad, esta dislexia a la que trato de referir se jacta de evidente y natural, como si en efecto, la realidad fuera unívoca y se padeciera sin reacción y/o relación alguna, como una cosa en sí.

Cierto es que la materialidad que nuestra percepción humana alcanza a registrar a través de la vista y del tacto, solo revela una mínima parte de lo que en esencia conforma las estructuras multidimensionales de lo estricta y caóticamente real, definiendo este último término como eso único que tiene existencia verdadera y efectiva. A partir de aquí, ya podemos plantearnos la cuestión sobre la que descansa nuestra premisa de lo aparentemente real Vs. lo esencialmente real, la cual remite a variables como la veracidad de la existencia de lo material en adición a su finitud (caducidad), valor trascendental, relevancia inherente y valorización respecto de la realización y satisfacción humana en general.

Como primera disyuntiva en dirección a esclarecer las diferencias entre los elementos de lo aparente y lo real trascendente, reflexionemos alrededor del concepto de posesión, y tratemos de contextualizar sus significados respecto de sus contraposiciones semánticas. En su sentido más natural, el concepto de posesión refiere a la real aprehensión o tenencia de una cosa corporal. De la anterior acepción podemos inferir sin menor prejuicio sobre el fenómeno de materialización de la vida humana; la creación de afectos en la relación sujeto-objeto, los valores agregados, la personalización y humanización de los entornos y cuerpos físicos, las proyecciones psicosomáticas en tanto aprehensiones y sentidos de pertenencia a los objetos poseídos, etc. Este tipo de manifestaciones tienden a decantar en psicopatías (manías, psicosis, obsesiones) que degeneran en una parcial y/o total dependencia por lo material, generando un placer finito determinado por objetos de utilización igualmente finita; aún lo anterior, la dinámica por demás hedonista que se ha constituido alrededor de la relación sujeto-objeto es representativa de nuestra contemporaneidad.

En un sentido mas integralista, el concepto de posesión se define como aquella relación que no es tan solo real y corporal, sino, además, comprensiva de los derechos y demás bienes inmateriales, objeto de la cuasi-posesión. Esta acepción nos indica un desprendimiento vital entre la dependencia ilusoria hacia lo aparentemente real, y los apegos individuales gestados en dicho estado de cosas; es decir, se relativiza la importancia de la relación sujeto-objeto al otorgar al sustento material, un valor de inmaterialidad equivalente, reconociéndole así mismo su valor utilitario, inmediato y finito. Hablamos entonces de una calificación y valorización objetiva hacia los elementos constituyentes de la materialidad que conforma a lo esencialmente real, dejando a un lado todo afecto, todo indicio de disfrute hedónico, toda personalización material, toda dependencia enfermiza.

Planteemos entonces una preguta obligada; ¿Somos poseídos acaso por lo aparentemente real o, por el contrario, poseemos humanizadamente dichas apariencias a nuestro beneficio inmediato? La respuesta a ambas preguntas posiblemente se dirija a desentrañar un mismo fenómeno paradigmático; el reconocimiento de la esencialidad metafísica en detrimento de la virtualidad o paralelismo de lo supuestamente real, es decir, la materia por sobre todo intento de supervivencia objetiva de esta. Otra pregunta obligada plantea las causas de este fenómeno ineluctable y refiere a los cómos y porqués de su desarrollo progresivo.

Hay diversas teorías que podrían darnos una pauta hacia el entendimiento del actual conflicto entre la materialidad y la esencialidad de lo real; la gran mayoría de estas, basan su argumento central en aspectos filosófico-mitológicos de gran fuerza pluricultural, siendo en si mismas, un enigma hasta la fecha. A este respecto, existe un innumerable esfuerzo de tratados teóricos que intentan explicar de manera hipotética la naturaleza crítica del binomio evolución-involución, referido a las capacidades y habilidades sensoriales, extrasensoriales, cerebrales, intelectuales, mentales y trascendentales del ser humano en determinado momento de su historia.

Navegar por sobre la turbiedad de las gamas teorizantes enfocadas a resolver el misterio dimensional de nuestra relacionalidad esencial-material, se antoja por demás inútil. La cuestión ha sido más que exprimida por la filosofía tanto antigua como moderna, aterrizando en entidades como las construidas por Kant; el paroxismo de la complejidad sobre el tema, por cierto.

Quisiera dejar a un lado las referencias sagradas. Mi obsesión por el acontecimiento de una respuesta concluyente respecto de la experiencia humana en torno a lo ilusorio y lo real, se prescribe igualmente inútil y fructífera.

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