Saturday, August 23, 2008

La Guerra de las Falacias (o mis quince minutos de fama). III

Scam Wars, or the ability to proclaim myself a true imbecile because of the terrible sense of uncertainty culture provoked on my already overrated ego.


Héctor Rodríguez



Episodio III


Me firmas mi metrooo?!

Una de las actividades favoritas de todas estas huestes adictas a las redes sociales es la relativa a la imagen. Tomarse fotos. Nada nuevo realmente. Sin embargo, para la perrada enajenada, la actividad de tomar fotos ha perdido mucha de su lógica fundamental; hay en estos cabrones una enfermiza tendencia a fotografiarse hasta cagando. Ahora la semántica de la imagen y el propósito de la fotografía tienen un solo objetivo: hacer alarde. Vale verga el recuerdo, ha pasado a segundo plano, lo de hoy es subir mis fotos a la red pa que otros pendejos me vean haciendo caras, o vestida de zorra antrera, o de macho seductor, o en la escuela pendejeando. Voilá.

La necesidad imperiosa de que los demás “me vean” responde a una clara fijación que está ligada a la autoestima del chango en cuestión. Se fotografían a discreción y someten sus breves capturas a un agudo escrutinio; seleccionan las mejores, esas donde se distinga menos la grasa facial o donde por alguna extraña razón, se vean mejor las chichis. A las morras les encanta lo que una cámara y algo de buena luz pueden lograr con su aspecto. Y entonces se les revuelve el estomago porque se ven taaan bien en esa foto, que es digna de que los demás la admiren para levantarlos del suelo con adulaciones. Pero el pedo es que se ven MÁS que bien. La proyección sicológica que realizan sus cerebros al ver esa imagen donde salen tan espectacularmente les hace desearse a ellos mismos/as. Les obsesiona saber que esos/esas son ellos, no mames.

En los adentros de toda esta tropa dependiente de la exposición social, el miedo al rechazo y a la falta de popularidad tiene por fin una medicina de rápido alivio. Acaban de descubrir que no importa cuan anti-sociales, relegados o antipáticos sean en sus vidas comunes, ya que sus personajes virtuales tienen el grado de aceptación necesario para sentirse bien con ellos mismos.

Cotorreaba con un gran camarada, Ricardo Rivas “el flaco”, sobre toda esta descomposición de la identidad en espacios específicos como las redes sociales. Y es que coincidimos en que no es solo una atrofia identitaria, sino un ensimismamiento enfermizo que redunda en la más ridícula e ilusoria proyección de un yo inexistente. Un “yo” que se aspira a ser… un “yo” fragmentado a priori.

Dice Jaimito cuando se mira al espejo desnudo, después de ducharse: “ya me harté de que la gente a mi alrededor piense que soy un pendejo; me ven gordo, feo y nadie me invita a fiestas”… Al mismo tiempo, Wendy piensa, mientras termina de ponerse cantidades industriales de gloss en sus carnosos labios frente a ese mismo espejo: “uTzz sToii liztaza p lA fieZta… peRo zii mE veO biEn buEna cOn ezztE vestido; me vOii a iEvar mI cAmarA paRa toMarme muChss pIcs con jeSsY, HanNa y Sofi”…

Jaimito y Wendy, por más disímbolos que parezcan entre sí, comparten la misma puta inseguridad, y es que el primero ahora tiene la oportunidad de aspirar a una nueva versión de si mismo, mientras que la otra lo único que necesita es ser ella misma para después virtualizar su mundo “woW” con la única finalidad de extender a otros formatos su popularidad. Ambos necesitan de la atención urgente de los demás para sentirse aceptados. Puta, nada más poético y prometedor.

Ahí, donde la Internet ha creado nuevas posibilidades de interacción y comunicación, es donde la individualidad se arrebata el raiting y compite por su pedazo de gloria transitoria. Y ese estado de cosas es en el que ciertas mafias de inversores han puesto especial atención. ¿De quien es Facebook? ¿De dónde salió? ¿Quien financia Myspace o Metroflog? ¿Quienes y de que forma especifica se benefician de la estupidez de otros? La plataforma desde la que funcionan estos espacios se nutre esencialmente de la desorientación provocada por el exceso de información, las modas y las fervientes ganas de pertenecer a ellas, o a algo: lo que sea.

Un fenómeno similar al Facebook pero enfocado en la recolección de rúbricas ajenas es el Metroflog. Lo que sucede en el Facebook con los “amigos”, sucede aquí con las “firmas” de otros. El esquema es básicamente el mismo, con la diferencia de que el énfasis del Metroflog consiste en que el usuario condiciona sus instintos ególatras al juicio de los demás. “Observa mi foto y dime que te parezco”. Una especie como de catálogo de uno mismo donde lo que más importa es lo que opinan los demás. Al menos esa es la preferencia de uso que se le ha otorgado en lo general.

No dudo del potencial de ambos servicios. Tanto al Facebook como al Metroflog puede orientárseles de diversas formas. El problema no es tanto el formato de ambos como tal, sino el destino final que el usuario le define a estos espacios.

Ricardo “el flaco” Rivas me compartió una serie de ideas sobre lo que el mismo cree que sucede con el chingado metroflog, y por supuesto que me voy a tomar la libertad de citarlo a este respecto:


“Esa gente criticada que antes compraba varios espejos para verse todos los ángulos de sus defectos y virtudes… ahora quizá explota la imagen como una trampa ratonera... La trampa ha sido colocada en espacios como metroflog… y atrae a los incautos que a manera de entregos acuden a firmar la solicitud de aceptación de esta persona que casi chilla cuando encuentra 10 firmas en su perfil, llegada la noche. No sólo fue el reflejo y la apreciación propias sino que como objetos, se someten a votación… que es lo peor que les puede pasar??”


Y si. En este preciso sentido, lo peor que pudiera pasar es, irónicamente... ¡pasar desapercibido! “¡Puta madre, nadie me ha firmado MI METRO!” Esos güeyes que se llegan a ver atribulados por la terrible falta de respuesta de parte del panel enjuiciador, están obligados a ser fuertes e intentar tal vez alguna otra cosa para que su aparador resulte más atractivo a la vista de los demás la próxima vez.

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