Thursday, December 04, 2008

Farabeuf.

Héctor Rodríguez.



Hasta hace poco me proclamaba un abstemio inconfeso del género novelesco. Había algo en la ficción que todavía no terminaba de convencerme, de retenerme hasta la hipnosis. Abrirme a las posibilidades de la novela era una cuestión de escepticismo pragmático, intelectual, hasta que llegó a mis manos una copia de Farabeuf, de Salvador Elizondo.

Farabeuf es un texto críptico, funesto, perturbador, difuso. Su alegoricidad es celular, biológica. Podría antojarse como un texto insufrible al ojo más docto y culto, pero para los que padecemos déficit de atención y ansiedad la neta resulta un martirio ciertamente escabroso en momentos. Y aunque el ejercicio perverso y obligatorio de interpretación insistente al que te exilia este libro masacró mi virginidad de seudo-lector amateur, el masoquismo resultante me pareció sobremanera terapéutico.

Farabeuf es acuoso e hipnotizante. Es el desmembramiento de la identidad; la unicidad; la fragmentación de la temporalidad; la dimensionalidad espacio-tiempo sin límites precisos; la extrapolación; la multiplicidad; la intertextualidad; la interdiscursividad; las posibilidades; la cadencia esquizofrénica; la transmutación más violenta.

Elizondo. Es tan genial que a veces no podía creer lo que leía, como me hizo leerlo... como lo escribió, lo que escribió; ese texto. Está loco. Un ebrio de intelecto. Una efigie. Una pinche deidad temible de las letras que defiende y procura el mito de la cultura cultivada en todas sus acepciones. Un alquimista capaz de abordar cualquier tema susceptible al género literario desde los lugares más brutalmente intelectuales.

Hubo párrafos en este texto donde a güevo tuve que parar para decir, a voz pelona y literalmente: "no mames". Un laberinto necesario a la razón. No sé cuales sean las características del postmodernismo en la novela, pero a mi se me antoja como una evolución fina, elegante, suculenta, sibarita, del surrealismo más cuerdo, por contradictorio que se lea.

Aplaudo aquí pues, a una novela enajenadamente erótica que sobreexpone la figura del paralelismo como recurso vital para su propia narración. Farabeuf es la equivalencia entre la muerte y el orgasmo, el orgasmo como muerte o la muerte como placer. Una apología en varios cantos, con partituras indefinidas pero cuadradas tan perfectamente que terminan siendo ópera.

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